¿Qué demonios es el amor?
Un huevo revuelto.
(O algo así).
Vaya. El amor es un concepto tan lleno de ambigüedades como la felicidad y sin embargo, algunos creen poder definirlo dotándole de un sinnúmero de valores previamente aderezados con enormes pizcas de cursilería. Se trata de una palabra cuyo significado no puede entenderse si no es por el conjunto de actitudes y sensaciones que lo rodean, es decir, se trata de una mezcla babosa, indisoluble, que al cocerse se pone gorda y esponjosa como un delicioso huevo revuelto con jamón o con salchicha.
Aunque el amor es una realidad dentro de nuestras vidas (lo percibmos en la música, en el arte, en la publicidad, en la telenovela de las 9...), siempre escapa de una definición concreta y científica. Quizá, el amor es aquella evolución de simples reacciones químicas a la formulación de una convicción de vida. Un compromiso mental, espiritual y físico hacia la procuración del bienestar de otro ser, ente, animal. Quién sabe. La verdad, no siempre se disfruta; cuando es real, se suele sufrir mucho por culpa de las falencias que rodean nuestra fragilidad humana. Por eso, el amor no puede ser completamente definido o descrito. El amor sólo se vive. Que si algunos afirman que se trata de un híbrido maravilloso nacido de la fidelidad, comprensión, entrega y enamoramiento, eso, podríamos discutirlo luego.
Existen demasiados matices y clasificaciones para el amor: el de pareja, el de padre y madre, el de hermanos, el de amigos, el altruísta, el egoísta, el necesario para la buena autoestima, etcétera. Pero, cuando se trata del amor de pareja, algunos prefieren a Santa Claus. Los que no creen en él o tienen miedo a tratar de amor es porque se han enfrentado a grandísimas decepciones. Nunca lo refrigeraron, o no procuraron la calidad de los ingredientes, y el huevo se les echó a perder. Ahora, tienen miedo de volver a cocinar. Y, si reflexionamos, cuando se deja de creer en el amor, o por lo menos, en una atracción más trascendente que la sexual, todo compromiso entre las parejas normalmente termina por valer un carajo.
Así llegan las separaciones. Y para los casados, el maldito (y costosísimo) divorcio.
Hoy, hay una cantidad estrambótica de rupturas en el mundo y, entre ellos, hay un separación que se agrava cada día y que a El Equipo nos tiene melancólicos: el divorcio casi irreversible de la clase política con la ciudadanía.
Saquemos los pañuelos y lloremos juntos.
Nadie sabe lo que es el amor pero algún genio dijo que era la energía más poderosa, la fuerza que movía al mundo. Bien, la energía que mueve a la gente hacia la participación política, escasea. El vínculo entre la población y sus representantes tiene décadas (si no siglos) en plena decadencia: carente de satisfacción, llena de triquiñuelas, incongruencias; una relación ahogada por el desinterés y la rutina (sí, la maldita rutina: el peor enemigo de un bonito matrimonio).

International Society for Human Rights. Campaña publicitaria de su 60 aniversario.
¿Por qué rutina? Porque las estrategias propagandísticas que utilizan muchos actores políticos son las mismas desde hace muchos años: frías, escuetas, indistintas... populistas, no populares. Ya no hay besos ni caricias, sólo la misma carne congelada en la nevera: discursos sin alma, declaraciones vacías, pactos inverosímiles, convenciones aburridas, peleas en el Congreso... Cómo reavivar la llama de la pasión con una clase política sin depilar y celulítica que sólo se preocupa por establecer contactos o batallas (todo depende del humor, claro) con sus contrincantes y no por reivindicar su imagen ante las mujeres y hombres que deberían enamorar todos los días para seguir vigentes.
Por todo el mundo hay deseos inocultables de revolución. Esto es como las parejas que han olvidado el respeto, la diligencia y, sobre todo, el buen sexo. La gente está insatisfecha. Y no se trata de solucionar el problema dando «atole con el dedo» a las distintas sociedades pues los públicos han cambiado, son más activos, informados y demandan mayor diálogo, creatividad, congruencia y acciones concretas por parte de los partidos políticos.
Si la política no es inútil... lo inútil siempre ha sido la manera de hacer política.
Toda esta situación debería manejarse como una crisis: respuestas urgentes y medidas de contingencia. Cada spot, cada campaña e iniciativas deberían enfocarse en ir construyendo un nuevo modo de hacer política para reconquistar a las personas comunes. Es como cuando te peleas con tu novia o novio y quieres recuperar la armonía de la relación a costa de todo... ¡Siempre es necesario algo más que un etéreo «lo siento, la regué mi vida»!

Hillary Clinton es atacada con un zapato durante una conferencia en Las Vegas el 10 de abril de 2014.
La política debe reparar sus errores con miras a la construcción de naciones satisfechas. Es complicado, casi utópico reformar con prontitud el sistema político que impera en la mayor parte de los países del mundo, sin embargo, nosotros, los gestores de la comunicación política tenemos en nuestras manos la capacidad de renovar un matrimonio que pende de un hilo muy delgado. Por el momento, puede comenzarse con escuchar las necesidades e intereses de la gente para ofrecerles contenidos creíbles, sugestivos y modernos. Establecer una comunicación constante, cálida y cercana con la población pues su aprobación y participación es la fuerza que le da relevancia y supervivencia a nuestras marcas políticas.
Volvámonos relevantes en su cocina, en la cama, en internet. Interesémonos en sus problemas buscando como resolverlos de maneras ingeniosas, efectivas y benéficas para la imagen de la política misma. Hablémoles cara a cara y dejemos la burocracia para los bancos. Pongámonos de su lado. Vayamos a las calles, plazas y escuelas no sólo a saludar sino a compartir experiencias de vida y brindar oportunidades reales. Hagamos publicidad y propaganda vivencial, videos virales; compartamos lo que nuestros clientes hacen en su vida, que la gente conozca mejor el quehacer político. Cambiemos de directriz, reinventemos el paradigma y comencemos una gran reforma comunicativa y de contenido. Démosle nueva vida a la política.
Actualmente, los actores del escenario político hacen persistir el statu quo sin darse cuenta de que de reivindicarse ante el pueblo estarían procurando las condiciones que determinarán la supervivencia de su especie (y la de todas las demás). ¿Cuánto tiempo ha de pasar para que todos comprendamos que la única manera de evolucionar es buscando la comunión y el bienestar común?...
¡Oh, Señor!, ¿dónde ha quedado el amor? ¿A dónde se han ido los sueños, la pasión, la entrega, el gozo, el deseo...? ¿Existieron alguna vez tales palabras en esta relación? ¿Dónde las cartas, las flores, y las miradas que arrancaban suspiros? ¿Qué hace falta? ¿Terapias sexuales? ¿Renovar los votos? ¿Confesarse en la parroquia y reflexionar?...
Sí. Hoy los tacos nos hicieron daño.
Relacionar la crisis del amor con los interlocutores del ejercicio político, tal vez no sea lo más idóneo pero es una alegoría que retrata la severidad de la realidad cotidiana. Todo eso que llaman amor siempre será el alimento más nutritivo para fortalecer las relaciones humanas. Si verdaderamente la política no puede tratar de amor, al menos que piense en trabajar la publicidad, propaganda y relaciones públicas ejerciendo con dignidad, congruencia y talento, un oficio apasionante, fundamental y trascendente para la existencia de cientos de naciones.
Pero ya.
Basta de divorcios.
Es tiempo de preparar el huevo más glorioso de la historia.

El Amor.