El poder del discurso

«La gente olvidará lo que dijiste, la gente olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo la hiciste sentir». –Maya Angelou.

En el proceso de comunicación tradicional (emisor–canal–receptor) intervienen factores que pueden favorecer la comunicación o que provocan que ésta se diluya en un mar de ideas donde lo que verdaderamente querías decir queda sepultado.

En un discurso político pasa exactamente igual. La capacidad del receptor es limitada y difícilmente será capaz de asimilar más de cuatro o cinco conceptos, por este motivo debemos planear lo que quedará impregnado en las personas y condicionar el tiempo de intervención a la preparación del discurso.

Pero ¿cómo lograr eso? Algo fundamental es conocer el perfil de las personas que van a escuchar al candidato, funcionario o legislador. Lo primero que hay que buscar es captar su atención, con vistas a que la comunicación resulte efectiva. Hablar a un público que no muestra interés significa perder el tiempo. Hay que recordar que un mismo tema se puede abordar de manera diferente en función de la audiencia que tengamos.

En política, las promesas frías no llegan al corazón, por eso hay que saber qué quiere ser escuchado para adaptar el mensaje al receptor. La gente no quiere mensajes bonitos. La gente quiere mensajes que signifiquen algo sustancial. Por eso es necesario ser capaces de construirlos de forma que éstos sean eficaces, motivadores y persuasivos.

El electorado quiere algo real, que le sea cercano, genuino y que les hablen como les hablaría alguien en quien confían. No con sofisticados mensajes que no dicen nada y que son exactamente iguales a los demás. El político tiene que hablar de una manera relevante y significativa para las personas que lo escuchan.

Ante esto, ¿cómo debe ser un mensaje político? La respuesta es fácil de decir y, a veces, difícil de lograr: debe ser claro, conciso, directo, focalizado pero, ante todo, creíble. Los discursos sirven también para legitimar las decisiones y acciones de los actores políticos, sin importar si éstas son buenas o no. Es decir, el discurso político puede crear una percepción de éxito o fracaso dependiendo del manejo de las técnicas del mismo. La credibilidad que tenga un discurso puede convencer o desmotivar a los destinatarios del mensaje.

Si recordamos algunos discursos históricos como el que dio Patrick Henry en 1775 –«Give me liberty or give me death» («Dame la libertad o dame la muerte»)–, cuando se fraguaba la independencia de Estados Unidos, el auditorio no memorizó todo el contenido del discurso pero sí la frase que expresó el sentido más profundo de su intervención. Así, los asistentes, entre los que estaban dos futuros presidentes de la nación americana, Thomas Jefferson y George Washington, decidieron de forma casi unánime que había llegado el momento de alzarse en armas.

O el famoso discurso a favor de la igualdad de Martin Luther King –«I have a Dream» («Yo tengo un sueño»)– donde expuso que, pese a las injusticias que muchos sufrían por el hecho de ser de tez negra, él tenía el sueño de que todos los hombres podrían sentarse en la misma mesa como hermanos; de que todos los estados dentro de la federación americana se convertirían algún día en espacios de paz y justicia.

El poder de un discurso está en la pertinencia de su mensaje, en la capacidad de llegar al corazón de los votantes y en la credibilidad del mismo para motivar a la gente. Empezar y terminar con una buena frase que resuma el sentimiento, la idea, que quiere expresarse, hace la diferencia entre un buen discurso político y un conjunto de palabras vacías.

El ejemplo más reciente que sorprendió al mundo fue la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Si echamos la vista durante la campaña recordamos algunos de sus mensajes pero ¿quedó grabado en nuestra memoria alguna idea de los discursos de Hillary Clinton? Hagan la prueba e intenten recordar. Trump pudo ser demagógico, egocéntrico y excluyente pero sus palabras permearon en el conjunto de votantes que necesitaba para ganar. El sabía lo que querían escuchar y se los dio.

Hay momentos claves en la historia donde los pequeños detalles marcan la diferencia entre un resultado u otro. Momentos que logran convertirse en hitos. Lo mismo pasa con los discursos. En esos momentos clave, el resultado puede decantar la balanza por uno u otro candidato, es el poder del mensaje, es el valor de las palabras.

 


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